Riquelme: el ídolo que se convirtió en verdugo

El mito del genio de la pelota se transformó en la pesadilla de la gestión.

Argentina23 de agosto de 2025Augusto MontamatAugusto Montamat
El ejecutor frente a La Bombonera
Riquelme: el ídolo que se convirtió en verdugo

Juan Román Riquelme llegó a la presidencia de Boca con el aura de ídolo eterno, con la 10 tatuada en la memoria de todos, y con la promesa de devolver la gloria. Cinco años después, lo único que devolvió fue un club completamente roto, un vestuario que parece más un programa de chimentos (con sus panelistas y sus escándalos), un Consejo de Fútbol que se mueve más como un comité político, y la peor racha futbolística de la historia: 12 partidos al hilo sin ganar. Es imposible pretender borrar esta desastrosa racha usando el último triunfo contra un mediocre Independiente Rivadavia, pero todo se puede esperar del fanatismo termo riquelmista.

Bajo su mando, Boca perdió clásicos, perdió respeto y, lo más grave, perdió el hambre de gloria. Sin jugar la Libertadores tras ser eliminado por un conjunto peruano casi inexistente, quedando afuera del Mundial de Clubes después de que un maestro de escuela de un club neozelandés amateur los humillara, y perdiendo en 16avos de la Copa Argentina en una tristísima actuación contra un diminuto Atlético Tucumán. Los números no mienten: más partidos perdidos que ganados en lo que va del año, menos goles a favor que en cualquier otro ciclo del último milenio, y cero títulos internacionales. El hincha viaja, paga, alienta… y se vuelve a casa con bronca y vergüenza.

Mientras la pelota no entra, Riquelme hace entrar otra cosa: política. El club dejó de ser una institución deportiva para convertirse en una unidad básica de La Cámpora. Militantes con carnet partidario pasean por los pasillos, periodistas amigos reciben línea para salir a defenderlo, y al que critica lo esperan las jaurías virtuales y “La 12” (que de a poco le va soltando la mano) para insultar y amenazar. Su amistad con Alberto Fernández y Sergio Massa no es casualidad, es la postal del club secuestrado por la política kirchnerista: corrupción, apriete, soberbia, inoperancia. Y no hablamos de ideología, sino de un presidente que introduce una agenda política y la pone por encima de los resultados.

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En el mercado de pases, Román no buscó figuras, más bien consiguió figuritas repetidas; no buscó refuerzos, consiguió clientes; no cerró fichajes, cerró negocios; no sumó puntos, sumó comisiones. Compras mediocres, apuestas caras que no rindieron nunca, jugadores tóxicos y eternos que no juegan y nos siguen costando caro (total, los socios seguimos bancándoles la joda). En vez de técnicos ganadores, eligió chivos expiatorios como entrenadores, “perdedores útiles” que le sirvieron para desviar la atención y esquivar las críticas. Mientras tanto, su hermano y su séquito de amigotes acumulan escándalos y sospechas que salpican la imagen institucional, transformando nuestra casa azul y oro en un cabaret barato.

Y si la comparación duele, que duela: con Mauricio Macri, Boca ganó 17 títulos, incluida la Libertadores y la Intercontinental, y se convirtió en una marca mundial. Con Riquelme, somos noticia por empates lastimosos, líos internos y fotos con políticos impresentables. Pasamos de levantar copas en Tokio a levantar comunicados de prensa para excusar fracasos.

El hincha de Boca no necesita un caudillo que se crea dueño del club, necesita un presidente que lo respete (y que, al menos, haya terminado el colegio). Riquelme, el mismo que nos dio tantas alegrías en la cancha, hoy nos roba la esperanza desde el palco. Y si no cambia el rumbo (o, en su mejor opción, si no se va), su legado ya no será el que dejó con la camiseta número 10, sino el de haber firmado el certificado de defunción de la mística xeneize. Y eso, es algo imperdonable.

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