Victoria de Lepanto: la Cruz sobre el mar

Todos los 7 de octubre, la Cristiandad recuerda su gran victoria sobre el Imperio Otomano en la Batalla de Lepanto (1571), cuando Don Juan de Austria alzó la Cruz sobre el mar y paró los pies al islam que amenazaba Europa. Fue el día en que el rosario venció al alfanje, y el valor cristiano devolvió la esperanza al mundo.

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El 7 de octubre de 1571, el Mediterráneo oriental fue testigo de una de los mayores enfrentamientos navales de la historia: la Batalla de Lepanto. En medio del golfo de Patras, frente a las costas de Grecia, una coalición de fuerzas cristianas impulsada por el Papa Pío V (la Liga Santa, formada por España, Venecia, Génova, los Estados Pontificios y la Orden de Malta) se defendió del Imperio Otomano, que quería quedarse con el Mar Mediterráneo y continuar su impiadoso avance sobre Europa.

Papa Pío V
Papa Pío V

Al mando estaba Don Juan de Austria, un joven de 24 años, hijo natural e ilegítimo del emperador Carlos V, y hermanastro del rey Felipe II. A esa corta edad, sin demasiada práctica en la vida naval, se puso al frente de cientos de galeras, galeotas y fragatas, y de miles de hombres de distintas lenguas y banderas. Pero aquel joven carente de experiencia militar significativa (dedicaba su tiempo a la política y la corte) tenía algo que los unía: un carisma y una fe enormes que demostró en el combate a través de su liderazgo, prédica y valor. Don Juan no mandaba desde lejos, sino que integró las filas de su propio ejército, peleó y se jugó la vida junto a sus hombres. Es conocida la épica arenga que pronunció momentos previos a intercambiar sablazos con los sanguinarios musulmanes, buscando inspirar coraje en sus tropas: "¡Hijos! A morir hemos venido, o a vencer si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que, con arrogancia impía, os pregunte el enemigo: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, que muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad".

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Don Juan de Austria

Entre los que combatieron con él estaba su primo, Alejandro Farnesio, duque de Parma, otro joven de 26 años que se ganó el respeto por su valentía, inteligencia y sangre fría en pleno combate. Abordó embarcaciones enemigas y animó a los suyos en los momentos de adversidades. Después se convertiría en el mejor general de su época (hasta ser considerado por expertos como uno de los mejores de todos los tiempos) debido a sus logros como estratega, diplomático y comandante (entre los que se incluye la conocida reconquista de treinta ciudades de Países Bajos tan sólo en una campaña). Pero su leyenda empezó ese día, en Lepanto, en la que comandó tres galeras y logró capturar la nave del tesoro enemiga.

Alejandro Farnesio
Alejandro Farnesio

También estaba ahí un soldado español de 24 años llamado Miguel de Cervantes Saavedra, que años más tarde escribiría “Don Quijote de la Mancha”, nada menos. Cervantes no tenía experiencia militar previa y estaba enfermo de fiebre, pero su fe era más fuerte y no quiso quedarse atrás, por lo que peleó desde la galera “Marquesa”. En medio del combate recibió tres disparos de arcabuz, dos en el pecho y uno en la mano izquierda que lo dejó mutilado para siempre. Desde entonces se lo conocería como “el Manco de Lepanto”. Más tarde diría con orgullo que perdió la mano “por la gloria de España”. Cervantes consideró esta batalla como el suceso más importante de su vida, y las experiencias vividas en ella, junto con su posterior cautiverio, inspiraron gran parte de su obra literaria, transformándolo en la máxima figura que es hoy.

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra

La lucha fue brutal y duró cerca de cinco horas. En total, se enfrentaron más de 400 galeras y 200.000 hombres entre combatientes y remeros. Los cristianos, aunque contaban con marinos experimentados de Venecia y Génova, estaban en inferioridad numérica y carecían de la unidad de mando del enemigo, pero tenían una convicción inquebrantable. Don Juan ordenó formar una cruz sobre las aguas, con el estandarte de Cristo en el centro, regalo del Papa. Cuando su galera se lanzó directo contra la nave del almirante turco Alí Bajá, el combate fue cuerpo a cuerpo. Juan de Austria peleó con la espada en la mano, entre humo, fuego y sangre, hasta que el estandarte del Islam se hundió en las profundidades. El paisaje del final mostraba un mar teñido por de rojo y repleto de escombros; acababa de llevarse a cabo la mayor batalla naval con barcos de remo de toda la historia.

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Cuando la galera de Juan de Austria se lanzó directo contra la nave del almirante turco, el combate fue cuerpo a cuerpo.

El resultado fue aplastante: entre 20.000 y  40.000 invasores otomanos muertos frente a un saldo de 8.000 almas cristianas, 130 naves capturadas y 60 destruidas, y la liberación de cerca de 12.000 esclavos que remaban las galeras turcas. El Mediterráneo entero celebró. El acontecimiento fue algo mucho más grande que un enfrentamiento armado: además de una victoria moral para los cristianos que demostró que la flota turca no era invencible, significó el triunfo de la fe y de la civilización europea frente a la expansión otomana. Lepanto salvó a Europa y marcó el principio del fin del poder musulmán en el mar y el declive de su imperio. Cuando la noticia llegó, Roma tocó las campanas durante tres días, en Venecia se encendieron antorchas por sus canales, y en España Felipe II abrazó emocionado a su hermano. Don Juan fue el héroe de toda la cristiandad. Farnesio siguió su carrera imparable por Europa, y Cervantes, con su brazo herido, se convertiría en el escritor más grande en lengua española.

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Lepanto salvó Europa.

El papel de la religión y la Virgen María fue central en Lepanto. Antes de la batalla, el Papa Pío V promovió la oración del rosario, pidiendo la protección divina para las fuerzas cristianas. En las galeras se colocaron imágenes de la Virgen y se distribuyeron rosarios bendecidos a los soldados. Según crónicas de la época, el Papa, en Roma, se enteró del triunfo antes de que llegaran los mensajeros, atribuyéndola a la intercesión de la Virgen del Rosario. En agradecimiento, se instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, celebrada cada 7 de octubre, para conmemorar el triunfo y la protección divina.

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La Virgen María fue central en Lepanto.

La victoria de la Liga Santa fue tan decisiva que cambió el curso del control naval y dejó una huella imborrable en la historiografía europea y en la devoción religiosa de la época. La batalla de Lepanto muestra cómo un puñado de hombres jóvenes, enfrentados a un enemigo mucho mayor, pero “revestidos con las armaduras de Cristo” (Efesios 6:11-20), pelearon por algo más grande que ellos mismos: la defensa de la civilización y, sobre todo, dejar en alto el nombre de la cristiandad. A veces Europa se olvida de sus laureles, esperemos que este humilde aporte contribuya a su rememoración

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